Rolling Stone – EEUU, 14 de Agosto del 2023. El último día de junio, unos 15 000 fans se echan a la calle sin que les importe el denso smog de Nueva York para rezar en el altar de Karol G. En el Rockefeller Center, una muchedumbre se congrega para presenciar el debut de la superestrella en el programa Today Show. Entre el público hay gente con jeans “levanta-cola” —de los que realzan la figura— y camisetas limón amarillo de Los Cafeteros, la selección nacional de fútbol colombiana. Incluso se ve a una niña pequeña que lleva una camiseta color negro en la que se lee el apodo de la artista: “Bichota”.
Dentro del rascacielos del número 30 de Rockefeller Plaza, el camerino parece una gran reunión familiar: una decena de representantes, asistentes, maquilladores hablando unos por encima de los otros, revoloteando alrededor de Karol y bromeando mientras le hacen los retoques finales antes de la última prueba de sonido. Son las cinco de la mañana y la mayoría no hemos dormido más de tres horas, pero Karol, de 32 años, está radiante y animada, con una efervescencia envidiable, de esa que solo poseen quienes están acostumbrados a despertarse a esas horas intempestivas. Fuera del camerino oí a una fan decir que seguro que La Bichota aún está dormida. Cuando se lo cuento a la artista, suelta una carcajada: “¡No dormí!” , exclama con su acento cantaíto paisa y una sonrisa de oreja a oreja.
La tía de Karol, con quien vivió una breve temporada cuando era adolescente, ha viajado desde Long Island para apoyar a su sobrina —por supuesto, lleva una camiseta que luce la ilustración del último álbum de su sobrina, Mañana será bonito—. Ha traído empanadas colombianas que había comprado en una panadería de Hempstead para todo el equipo, pero se sorprende de que no haya ningún sitio donde calentarlas (“¡No se puede comer empanadas frías!”, protesta. Su aura de tía latina está llegando a niveles de récord Guinness).
Tras una prueba de sonido rápida, Karol vuelve al camerino para vestirse para la actuación: una falda blanca de tubo, una camiseta ajustada de manga larga color malva y unas botas altas de plataforma rosa eléctrico. Una trencita y colgantes color plateado en su melena le enmarcan la cara con forma de corazón; lleva colgada una gran cruz enjoyada con piedras color magenta. En el backstage, el jefe de seguridad se asoma y dice que hay tanta gente que la Policía de Nueva York ha pedido refuerzos; parece ser que algunos fans no han conseguido entrar en el recinto, están atascados en la Quinta Avenida e intentan acercarse al escenario como pueden.
Durante toda la mañana, han circulado rumores de que Karol ha batido el récord de público de Harry Styles, de cuando el cantante actuó el verano pasado en el programa, pero, a medida que pasan las horas, las especulaciones parece que pueden concretarse en hechos: el equipo de Today piensa que no solo ha eclipsado a Styles, sino que también parecen creer que ha batido el récord absoluto de público del programa, el de Ricky Martin en 1999. En cierto momento, Al Roker se asoma por una puerta, lleva un traje de raya diplomática color azul celeste: “¡Esto no se ve desde Ricky Martin!”.
Parece de risa que quizás Karol haya batido un récord de un artista que allanó el camino para el ascenso de la colombiana hacia el mainstream. Junto con pesos pesados como Bad Bunny o J Balvin, Karol forma parte de una nueva generación de artistas latinoamericanos y de latinos que nacieron en Estados Unidos que se han hecho un lugar en el mercado pop estadounidense y reescriben guiones desfasados sobre las barreras lingüísticas y los usos y costumbres del marketing. Demasiado a menudo, los logros comerciales de esta generación se han asentado sobre relatos buenistas de afirmación cultural que dejan fuera las especificidades raciales, lingüísticas y geográficas de las experiencias latinas, encarnando la idea de que todos somos un mismo pueblo. A la vez, sin embargo, la capacidad de Karol de establecer nuevos récords desafía la ficción xenófoba que la industria musical anglófona ha perpetuado durante demasiado tiempo: la mentira de que la música en español es de nicho, poco conocida y no muy popular.