La dictadura pretende transformar el proceso del 28 de julio en un juego de suma cero donde el factor ganador se queda con todo y hace desaparecer al otro, buscando atemorizar al electorado ante el riesgo binario que ello confiere. Esta postura ha sido ya adoptada por otras aproximaciones del continente y el mundo que, aun cuando en ocasiones son antípodas ideológicas del régimen, han implementado igualmente la mutua exterminación como única vía factible para la resolución de conflictos.
Lejos de obtener el resultado esperado de la tesis del “todo o nada”, el régimen ha fortalecido la determinación de los venezolanos de enfrentar ese reto, para dar fin a la barbarie del autoritarismo que ha oprimido a la nación por más de un cuarto de siglo, entendiendo la necesidad de una transición ordenada, caracterizada por la reimplantación del estado de derecho y los debidos procesos que con ese esquema normativo se practican en una democracia verdadera.
La reducción deliberada de la crisis política, institucional y humanitaria a una dicotomía artificial de “ellos o nosotros”, a incorporado de forma instintiva en el pensamiento del venezolano el esquema amigo-enemigo de Carl Schmitt, que tiene como consecuencia positiva en este caso la clara identificación del autoritarismo como enemigo común, pero como variante propia de la identidad cívica de nuestro país, el desprecio por la aniquilación abyecta practicada sistemáticamente por el régimen contra la disidencia democrática. La demanda ciudadana persigue el rescate institucional de la nación, como preludio necesario a un proceso civilizado de determinación de responsabilidades y sus medidas derivadas, no una mera pelea.
La dictadura no quiere enfrentarse en campos de debate cívico, ni mediante los mecanismos que la democracia emplea para dirimir las diferencias políticas, pues en esos terrenos la fuerza bruta y la agresión no son maniobras permitidas. El autoritarismo requiere del caos que significa la ausencia de condiciones electorales, espacio en el que sus malabares procesales y la discrecionalidad de sus decisiones le permite someter al sistema a una continua reconfiguración, siempre a favor de los intereses de quienes hoy secuestran el poder en Venezuela.
En la crucial hora que atravesamos, el orden y la unidad de propósito son las mejores herramientas para abordar el pretendido enfrentamiento por parte de la coalición opresora, dado que esa confrontación deseada por la tiranía no es tal. La dinámica que se avecina es un proceso de transformación clamado por todos, desde el actual estado de vandalismo de estado que padecemos, hacia un sistema regido por poderes independientes y respetuosos de su naturaleza reguladora y garante de las leyes.
Si bien el evento planteado para el 28 de julio de 2024 no es una elección, dado que los requerimientos mínimos no están cubiertos y ello hace conceptualmente incompatible este trance con un proceso de índole genuinamente electoral, no es menos cierto que las circunstancias demandan una vez más el proceder democrático de la sociedad, concentrando todos los esfuerzos en la vigilancia férrea de los aspectos tácticos y operativos de la jornada, acción indispensable para superar un ejercicio condicionado del sufragio hacia una posibilidad de concretar el indispensable cambio político, que es el “todo para todos”.
Contra el caos dictatorial, el orden
Contra la confrontación violenta, el rescate institucional
Contra el fraude, la vigilancia
Contra la barbarie, la razón
Contra el “todo o nada”, el “todo para todos”